El próximo 27 de junio se cumplen siete años de la entrada en vigencia de la Ley de Etiquetado de Alimentos en Chile, una norma que mientras era discutida debió enfrentar fuertes presiones de la industria alimentaria, pero que terminó siendo replicada en varios países de Latinoamérica.

El cuerpo legal obligó a poner sellos de “alto en” a los productos envasados que sobrepasaran los niveles máximos fijados para nutrientes críticos: sodio, azúcar, grasas saturadas y calorías.

La ley tenía como objetivo combatir los altos índices de obesidad en el país, facilitando el acceso a información sobre la composición de los alimentos y la toma de decisiones de compras más saludables.

Desde sus inicios, diferentes estudios han intentado dimensionar el impacto que ha tenido esta política pública; sin embargo, la labor es compleja.

Un grupo de académicos chilenos de la Universidad de California, Berkeley, decidió abordar esta temática con punto de partida en 2015, un año antes de la implementación. Para determinar cómo la regulación afectaría la elección de los consumidores, lograron un acuerdo con la supermercadista Walmart para acceder a todos los datos de compras de entre 2015 y 2018, junto con información sobre precios, cantidades y datos demográficos del consumidor, como sexo, edad e ingresos.

Los resultados de todo este trabajo fueron recientemente publicados y “El Mercurio” tuvo acceso a ellos. Quizás uno de los puntos más destacables es que el análisis logra determinar que la compra promedio de azúcares disminuyó en 9% entre los chilenos, mientras que si se analizan las calorías, la reducción fue de 7%.

“Abordamos la cantidad de azúcares y calorías que la gente compra en el supermercado, porque es difícil saber cuánto se termina consumiendo. Esa cantidad comprada disminuyó 9% y 7%, lo que está dado por una mezcla de consumidores eligiendo productos diferentes a los que compraban antes; prefiriendo productos sin sellos; pero, por otro lado, incluso los consumidores que siguieron comprando lo mismo, en muchos de esos productos redujeron la cantidad de azúcares y calorías por decisión de los fabricantes. Esos dos efectos juntos hacen que la reducción sea tan grande”, afirma Nano Barahona, docente en Berkeley y uno de los tres investigadores chilenos detrás de este estudio.

Prefieren productos sin sellos

Sobre las conclusiones, el académico las resume en tres grupos. Primero, enfatiza, “es que los etiquetados sí cambian el comportamiento de los consumidores; a las personas les preocupan y prefieren comprar productos sin sellos”.

Lo segundo, plantea, es que el etiquetado es más efectivo en cambiar a la gente hacia productos más sanos cuando el consumidor está más desinformado. Por ejemplo, productos que creía que eran sanos, pero que terminaron recibiendo etiquetado con sellos, bajaron sus ventas mucho más que aquellos que la gente ya percibía como poco saludables.

En tercer lugar, dice Barahona, las empresas, anticipándose a esta reacción de los consumidores, reformaron sus productos e intentaron reducir la cantidad de azúcares, de sodio, de calorías, para poder evitar recibir un sello.

De hecho, según el estudio, en promedio, la concentración calórica en cereales disminuyó de 383,6 calorías por 100 gramos a 372,8; es decir, una reducción de 10,8 calorías por cada 100 gramos. Algo similar pasó con la concentración de azúcares, que bajó de 21,54 a 19,06 gramos por 100 gramos.

Jaime Burrows, exsubsecretario de Salud Pública, sostiene que “el etiquetado ha tenido un impacto positivo en cambiar el comportamiento de la gente hacia los alimentos. Es una buena senda marcada ante, obviamente, la implementación de otras herramientas de salud pública que pueden irse agregando para ir cambiando aún más la conducta de las personas, tratando de fomentar el consumo de comidas saludables y dejando de lado un poco los alimentos ultraconcentrados”.

Por su parte, el subsecretario de Salud Pública, Cristóbal Cuadrado, dice que datos del Minsal revelan que un 48,1% de las personas “compara la presencia de sellos a la hora de comprar y entre quienes comparan, el 79,1% indica que influyen sobre su compra”.

Añade que “sabemos que la Ley de Etiquetado de Alimentos nunca se planteó como la única medida ante un problema tan difícil de abordar como lo es la obesidad infantil, pero como país hemos dado un gran paso, algo que es observado e imitado en el mundo. De hecho, el sistema de advertencia frontal utilizado en Chile es actualmente recomendado por la OPS, y luego de que el país adoptó la medida, lo han seguido seis países en la región, lo que demuestra que, sin duda, vamos en el camino correcto”.

Pese a los beneficios, el estudio detectó que los precios de alimentos sin octágonos de advertencia aumentaron en 5,5%. Esto puede explicarse por una combinación de que las empresas elevaron los márgenes comerciales en productos sin etiqueta, que ahora enfrentan una mayor demanda, y un incremento en los costos de los productos sin sellos, debido a la reformulación.

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