Después de 16 meses de pandemia, los apretones de manos, los conciertos y las imágenes de personas sin mascarillas se están volviendo cada vez más comunes. Una suerte de vuelta a la “normalidad” que, de todas formas, implica restricciones que podrían convertirse en parte de la vida diaria de millones de personas, al menos en el futuro cercano.

Israel, el país que avanzó más rápido con la vacunación, lleva la batuta en cuanto al levantamiento de restricciones. En febrero, fue uno de los primeros en incorporar un “pase verde”, que permitía a las personas inmunizadas disfrutar de mayores libertades. Menos de cuatro meses después, en junio, el gobierno decidió eliminarlo y permitir que todos los ciudadanos pudieran ir a bares, restaurantes y eventos deportivos, solo obligando a la gente a usar mascarillas en lugares cerrados, y esta semana se retiró incluso esa medida.

La Unión Europea (UE) —que ya tiene vacunada a alrededor de un tercio de la población— va en la misma ruta, aunque algo más lento. España anunció ayer que desde el 26 de junio se eliminará el uso obligatorio de mascarillas en el exterior. “Nuestras calles, nuestros rostros recuperarán en los próximos días su aspecto normal. Volveremos a disfrutar de una vida en la calle, sin mascarillas”, aseguró el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Alemania, Austria, Bélgica, Irlanda y Hungría, entre otros, aplican la misma medida, aunque sí exigen el uso de este implemento de seguridad en el transporte público y recintos cerrados. También en Europa, Reino Unido ha relajado la gran mayoría de sus medidas e incluso ha comenzado a ensayar con conciertos con público. Mientras que en Asia, Corea del Sur eliminó el uso obligatorio de mascarillas para quienes estén vacunados.

A medida que avanza la inmunización, vuelven también las grandes reuniones diplomáticas. La UE aseguró que espera retomar este año la celebración de cumbres con los países de América Latina y el Caribe —donde la vacunación avanza lento, con la excepción de países como Chile y Uruguay— y el Presidente estadounidense, Joe Biden, acaba de volver de una gira europea, en la que se reunió con los líderes del bloque, de la OTAN, del G7 y con su par ruso, Vladimir Putin. Todos ellos sin mascarilla.

Precisamente, Estados Unidos es otro de los países que ha podido volver a una cierta normalidad. Nueva York, por ejemplo, eliminó su toque de queda para bares y restaurantes; Massachusetts levantó todas las restricciones pandémicas al comercio y Pensilvania ya está completamente abierto. California, Kentucky y Minnesota son otros de los estados que han comenzado una reapertura gradual.

Las personas también están retomando sus actividades habituales diarias: la mayoría de los estadounidenses ya volvieron a ir a bares y reunirse con familiares, entre otras cosas, según una encuesta de The Associated Press-NORC. El sondeo difundido ayer también da cuenta de que solo el 21% expresa un gran temor de que pueda haber un contagio de covid-19 en su círculo íntimo, el nivel más bajo desde que comenzó la pandemia.

Siguen controles

Sin embargo, la mayoría de estos relajamientos de las restricciones son solo eso; relajamientos, y prácticamente todos los países del mundo continúan con algunas limitaciones. En casi toda la UE sigue siendo obligatorio usar mascarillas en lugares cerrados y en el transporte público, al igual que en varios estados de EE.UU., y es extremadamente raro ver un país en donde no haya alguna exigencia de aforos máximos en bares, comercios y restaurantes o donde no se exija mantener el distanciamiento físico. De la misma forma, el teletrabajo se ha vuelto parte de la cotidianidad para millones de personas.

Incluso Israel, el país que más medidas ha eliminado, continúa con restricciones: quienes no se han vacunado deben seguir usando mascarillas, al igual que los trabajadores de hogares de ancianos, los pasajeros de avión y quienes vayan en camino a cuarentena por covid-19.

“Sospecho que viviremos con esta ‘nueva normalidad' al menos por un tiempo más. Todavía hay mucho que no sabemos del virus y sus variantes, por lo que los gobiernos tendrán que seguir ajustando y reajustando sus políticas”, dijo a “El Mercurio” Jeremy Youde, experto en salud pública global de la Universidad de Minnesota Duluth. Su estado es uno de los que no exige usar mascarillas, pero el académico asegura que “todavía veo a una buena cantidad de gente usándolas en las tiendas”.

El consenso entre los científicos parece ser que el virus llegó para quedarse y que la estrategia de los gobiernos debe ir en la dirección de alcanzar una tasa sostenible de contagios, que permita tratar a los eventuales casos más graves sin saturar el sistema sanitario, en lugar de buscar una tasa 0, que parece inviable. “Una estrategia de ‘no contagio' no es realista en una sociedad en donde la circulación se mantiene y donde hay muchas personas que no quieren vacunarse. Mantener una tasa de infección baja permitirá que la sociedad se abra, en su mayoría, con algunas restricciones, como evitar las multitudes o el uso de mascarillas en lugares cerrados”, aseguró a este diario Edward Kaplan, experto en Salud Pública de la Universidad de Yale. En esa línea de no olvidar la amenaza que representa el covid-19, EE.UU. aseguró que destinará 3.200 millones de dólares para el desarrollo de píldoras antivirales para este y otros virus.

En esta vuelta a la normalidad será clave el avance de la vacunación, pero también las variantes del virus a las que se enfrente cada país. “No todos los países han debido lidiar con la variante delta, que es entre 50% y 80% más transmisible que la variante alfa, que a su vez es 60% más transmisible que el virus original que salió de Wuhan. Por lo que si tu país tiene una variante altamente infecciosa, deberás mantener las precauciones”, aseguró Andrew Lee, experto en enfermedades transmisibles de la Universidad de Sheffield, para quien los gobiernos deberían mantener medidas como el distanciamiento físico y las mascarillas, a la vez que adaptar su estrategia si aparecen nuevas variantes en su país.

En América Latina, con muchos países atravesando su peak de contagios, el levantamiento de medidas no se ha visto de forma masiva, con solo algunos relajamientos mínimos, como el pase de movilidad de Chile.

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Por primera vez en más de un año, este mes, pequeños grupos de niños con sus mochilas y conversando han entrado en tropel a algunas escuelas de la Ciudad de México. Es una reapertura cautelosa. Depende de las escuelas si abren o no, y solo una minoría ha optado por hacerlo. Solo una parte de la clase asiste cada día. Lo mismo ocurre con 18 de los otros 31 estados de México; en los demás, todas las escuelas permanecen cerradas. Con la pandemia lejos de terminar, la precaución puede ser comprensible. Pero entre los que vivimos, los niños continúan siendo sus principales víctimas, en México y en toda América Latina.

La región se ha visto especialmente afectada por el covid-19 de tres formas. Con el 8% de la población mundial, ha sufrido alrededor de un tercio de las muertes registradas oficialmente por covid-19 (y muchas más no registradas). Sus economías se contrajeron en promedio un 7% el año pasado, peor que el mundo en su conjunto. Mucho menos discutido es que las escuelas de América Latina han permanecido cerradas por más tiempo que las de cualquier otra región. Los efectos se sentirán mucho después de que la pandemia haya terminado y las economías se hayan recuperado.

Las escuelas cerraron en casi todas partes de la región en marzo de 2020 y muchas han permanecido cerradas desde entonces. Están completamente abiertos solo en seis países más pequeños. Algunos países, como Argentina y Colombia, comenzaron a abrir sus escuelas a principios de este año solo para cerrarlas nuevamente debido a que sufrieron una segunda ola de la pandemia.

La pérdida prolongada de aprendizaje empeorará los pésimos estándares educativos. Las pruebas internacionales PISA para jóvenes de 15 años en 2018 encontraron que en lectura, matemáticas y ciencias, los latinoamericanos estaban en promedio tres años por detrás de sus pares en el grupo de la OCDE de países principalmente ricos. Con las escuelas cerradas durante 13 meses, el Banco Mundial calcula que alrededor del 77% de los estudiantes estarían por debajo del rendimiento mínimo para su edad, frente al 55% en 2018. Esto tiene efectos a largo plazo. Incluso si solo se pierden diez meses de clases, el banco calcula que el estudiante promedio podría perder el equivalente a US$ 24.000 en ganancias a lo largo de su vida. Los más pobres, los de las zonas rurales y las niñas son los más afectados por el cierre de las escuelas, lo que agrava las ya amplias desigualdades en América Latina.

Muchos países latinoamericanos han realizado grandes esfuerzos para organizar el aprendizaje a distancia durante la pandemia. Pero una minoría considerable de escuelas carece de acceso a internet con fines educativos. Mientras que el 98% de la quinta parte más rica de los estudiantes de la región tiene internet en casa, solo el 45% de los más pobres la tiene. En Brasil, los teléfonos móviles ofrecen el único acceso a internet para más del 60% de los estudiantes negros e indígenas. Muchos gobiernos utilizan canales tradicionales, como TV, radio y material impreso. México ha ofrecido educación a distancia por estos medios para 25 millones de alumnos.

Esto no sustituye a la enseñanza presencial. “No todos los estudiantes aprenden al mismo ritmo”, dice Marco Fernández, especialista en educación del Tec de Monterrey, una universidad en México. “No pueden hacer preguntas ni recibir comentarios como lo harían en el aula”. Más allá de la pérdida de aprendizaje, los cierres de escuelas han traído costos emocionales y un gran aumento en el número de deserciones.

Las escuelas en muchos países de otras regiones reabrieron hace meses, con distanciamiento social, pruebas y limpieza a fondo. Aparte de la gravedad de la pandemia, hay varias razones por las que esto no ha sucedido en América Latina. Por lo general, los padres no se han mostrado interesados. En México, hasta que la mayoría de las personas se vacunen “pensamos que lamentablemente no existen las condiciones para un regreso masivo a la escuela”, argumenta Luis Solís, de la Unión Nacional de Padres, un grupo voluntario. Los sindicatos de docentes también se han mostrado reacios. En Argentina, cuando el alcalde de Buenos Aires intentó reabrir las escuelas en marzo, recibió la oposición tanto del sindicato como del gobierno nacional, su aliado. “No hay presión” sobre los gobiernos para que reabran, lamenta Fernández.

Los gobiernos podrían hacer mucho más para promover una reapertura segura mediante la información y la consulta. “A estas alturas, todos los países deberían haber hecho al menos un esfuerzo sustancial para abrir escuelas”, dice Emanuela Di Gropello, del Banco Mundial. “No estamos donde deberíamos estar”. Ponerse al día será un desafío formidable. Las escuelas necesitan evaluar rápidamente el nivel de cada alumno, organizar la enseñanza de recuperación y recuperar el tiempo perdido con clases los sábados y períodos más largos. Esto requerirá tanto dinero como esfuerzo. Muchos gobiernos han gastado más en atención médica y ayuda de emergencia a familias y empresas durante la pandemia. La educación debería tener la misma prioridad si América Latina no quiere fallar a toda una generación.

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