Queremos que las participantes aprendan hoy que la educación es un pilar fundamental para entregar herramientas y espacios para cuestionarse cómo funciona la sociedad y cómo mejorarla”.

Julieta Martínez, fundadora de la Academia Climáticas.

“Pasar de la pancarta a la acción”. Esta es una de las consignas de la Academia Climáticas, iniciativa medioambiental que, a través de la educación, busca que niñas y adolescentes se empoderen y transformen en agentes de cambio para combatir la crisis climática.

¿Cómo espera lograrlo? A través de clases y charlas de expertos, dos veces por semana hasta junio y de forma virtual, sobre temáticas como consumo responsable, ecofeminismo y conservación de bosques. La primera sesión, llevada a cabo a fines de marzo pasado, logró reunir a 600 participantes —de entre 12 y 25 años, siendo 19 el promedio de edad— provenientes de Chile y otros 15 países de Latinoamérica y el Caribe, tales como Costa Rica, El Salvador y México.

“Nos impactó mucho y nos hizo muy felices (el número de inscritas). Climáticas tiene perspectiva de género y visibilizamos talentos con propósito, queremos que las participantes aprendan hoy que la educación es un pilar fundamental para entregar herramientas y espacios para cuestionarse cómo funciona la sociedad y cómo mejorarla. Que sepan que nunca están solas y que ellas no son solo futuro, sino que también presente”, explica su fundadora, Julieta Martínez (17), líder del colectivo “Tremendas”, que acoge la iniciativa.

“El mensaje que queremos transmitir es que tener menos de 18 años no significa que tu voz no importe. Al contrario, es importante que estés presente, porque todas las decisiones que se tomen hoy afectarán tu mañana”, añade la estudiante.

Universidades como la Católica, de Chile y Adolfo Ibáñez están colaborando con el proyecto. También son parte, entre otras, Fundación Meri, Corporación Cultiva y Acciona, quienes tienen el compromiso de lograr, en conjunto, los impactos sociales esperados en materia medioambiental.

Cambios reales

Carmen Tapia (14), de Santiago, es una de las participantes. Se unió porque “hace harto tiempo me interesan temas como la sustentabilidad y el cambio climático, pero me faltaba informarme y así encontrar formas de generar cambios. Cuando me enteré de la academia me interesó mucho y supe que sería una tremenda oportunidad”, cuenta.

Sobre su experiencia, la escolar dice que esta ha sido “increíble, emocionante, interesante y enriquecedora. El ver a otras jóvenes con ideas parecidas a las mías y con ganas de cambiar el mundo ha sido súper esperanzador”.

Y es que, tal como reza el lema de Climáticas, el objetivo es no quedarse solo en lo teórico, sino que trabajar colaborativamente para planificar proyectos concretos que generen un impacto positivo en el planeta.

“La finalidad es poder medir cuántas emisiones de CO2 podemos reducir. La meta (del total de los proyectos de las participantes) son 1,8 toneladas de CO2, es súper ambicioso, pero factible”, asegura Martínez.

“Las clases (realizadas por profesores universitarios y otros especialistas) se tratan, por una parte, de entender el cambio climático, qué es, por qué ocurre y cómo nos afecta. Y por otra, trabaja el liderazgo, que seamos capaces de tomar el problema y hacer algo”, cuenta desde Coyhaique Jesse Palma (18), quien se inscribió en la academia por curiosidad, porque quiere estudiar una carrera relacionada y quería asegurarse de que efectivamente le gustara.

“Hemos tenido charlas de expertos sobre reciclaje, océanos y otras temáticas. También clases magistrales; la última, por ejemplo, sobre liderazgo femenino e inequidad de género”, precisa Camila Letelier (24), quien desde su casa en Rancagua participa de la iniciativa.

“Mi experiencia ha sido súper enriquecedora, hay cosas que ya sabía, pero que he podido complementar y profundizar. Pero también hay otros temas que me han llamado mucho la atención, y sí he aprendido. Además estamos haciendo un proyecto y eso ha sido súper lindo, porque nos juntamos en grupos (aleatoriamente) y son niñas de diferentes regiones, edades y realidades, todas muy comprometidas con el tema”, finaliza.

LEER MÁS
 
Más Información

Les llaman celulares “Frankenstein”, porque están armados con partes de diferentes procedencias. “Reemplazamos una pantalla quebrada por la de otro teléfono que sí está en buen estado o componentes que se han dañado sacándolos de celulares viejos. Así, de dos o tres podemos obtener las piezas para dejar operativo un celular”, dice Tiberio Malaiu (17), estudiante de cuarto medio que lidera la iniciativa Collecting Dust, que recupera celulares que están “juntando polvo” para donarlos a alumnos que los necesitan.

“En 2020 fui voluntario para hacer tutoriales en línea de apoyo escolar y me di cuenta de que muchos no tenían un dispositivo para acceder o tenían que usarlos por turnos con sus hermanos. Ahí fue cuando se me ocurrió que podía reparar celulares usados y donarlos”, explica.

“Entrenó” con el celular de su mamá, que terminó más malo que antes. “Pero me sirvió para aprender. Leí, estudié cómo arreglarlos, me compré herramientas y la idea, de a poco, fue ganando fuerza. Primero se sumó mi hermano y ahora somos siete voluntarios de distintos colegios arreglando celulares”.

Los celulares son donados. “Primero comenzamos a pedirlos en grupos de WhatsApp, también llegaron por el boca en boca y ahora tenemos un Instagram (@_collectingdust)”, dice Malaui, y añade que no trabajan con dinero, solo con celulares donados. Por eso no compran repuestos, sino que los sacan desde otros equipos.

Ya han recolectado 230 celulares, y arreglado 53, de los cuales 36 ya están siendo usados por escolares de colegios vulnerables. Ahora necesitan apoyo logístico y un lugar donde ir guardando las donaciones.

“La pandemia ha dejado en evidencia la brecha digital, que también provoca una brecha educacional tremenda, con alumnos que dejan de asistir a clases por no tener con qué conectarse. Eso es lo que queremos evitar”, dice Malaui.

Una inspiración

“Tiberio llegó a través de la psicóloga del colegio. Ella me contó que había un joven que quería donar unos teléfonos. Al principio dudé porque pensé que podía haber algo atrás. No son muchas las personas que hacen algo sin esperar nada a cambio. De a poco comenzamos a conocernos y me di cuenta de que la única intención de Tiberio era ayudar”, dice Yole Carrasco, directora del colegio Carlos Fernández Peña, de Peñalolén, en el que 396 niños cursan de prekínder a octavo. Es un colegio con un índice de 89% de vulnerabilidad.

Al principio fueron 10 los equipos donados y ya van 16 en total. “Es gratificante saber que hay un niño que nos quiere colaborar desinteresadamente para ayudar a que estos niños tengan igualdad de oportunidades. Muchos de ellos tienen solo un celular en la casa y son tres o cuatro hermanos, eso les impide asistir a clases en línea. Les entregamos guías impresas, pero no es lo mismo. Pierden mucho de la interacción en una clase”, dice la directora.

La entrega se hace formalmente a los niños y firman una carta de compromiso. “Los repartimos entre quienes no se conectaban. Al hacerles seguimiento, todos ellos se conectan y es hermoso ver sus caras de felicidad”, dice Yole Carrasco.

“Tiberio también ha servido de motivación e inspiración. Por una parte, se inició una campaña al interior del colegio para que los padres donen celulares que tengan en desuso. Pero lo más importante es que los niños saben que hay un joven que tiene sensibilidad social, que no regala su dinero, sino que dona su tiempo y sus conocimientos para ayudar a otros”.

LEER MÁS